viernes, 30 de septiembre de 2016

Las cinco alternativas de la humanidad



Son muy pocos los hombres que viven sin preocuparse por el día de mañana. Si nos inquietamos por lo que vendrá después de un día de veinticuatro horas, con mayor razón habremos de preocuparnos por lo que será de nosotros después del extraordinario día de la vida, puesto que ya no se trata de algunos minutos sino de la eternidad. ¿Viviremos o no viviremos? No hay término medio; es una cuestión de vida o de muerte, ¡se trata de la suprema alternativa!... Si interrogáramos el sentimiento íntimo de la casi universalidad de los hombres, todos responderán: “Viviremos”. Esa esperanza es para ellos un consuelo. No obstante, una reducida minoría se esfuerza, y especialmente de algún tiempo a esta parte, en demostrarles que no vivirán. No se puede negar que esa escuela ha hecho prosélitos, principalmente entre aquellos que, temerosos de la responsabilidad del porvenir, encuentran más cómodo gozar del presente, sin obligaciones y sin perturbarse con la perspectiva de las consecuencias. Con todo, esa es la opinión de una minoría. Si hemos de vivir, ¿cómo lo haremos? ¿En qué condiciones estaremos? Aquí los sistemas varían de acuerdo con las creencias religiosas y filosóficas. No obstante, todas las opiniones sobre el porvenir de los hombres pueden reducirse a cinco alternativas principales, que pasaremos a analizar sintéticamente a fin de que la comparación sea más fácil y le permita a cada uno escoger con conocimiento de causa aquella que le parezca más racional y que mejor responda a sus aspiraciones personales y a las necesidades de la sociedad. Esas cinco alternativas son las que resultan de las siguientes doctrinas: el materialismo, el panteísmo, el deísmo, el dogmatismo y el espiritismo. 

I. Doctrina materialista 
La inteligencia del hombre es una propiedad de la materia; nace y muere con el organismo. El hombre no es nada ni antes ni después de la vida corporal. Consecuencias. Dado que el hombre sólo es materia, los goces materiales son lo único real y deseable; los afectos morales no tienen porvenir; la muerte quiebra de modo irreparable los lazos morales; no existe compensación para las miserias de la vida; el suicidio se convierte en el fin racional y lógico de la existencia ante la perspectiva de una vida de padecimientos irremediables; resulta inútil todo empeño para vencer las malas inclinaciones; cada uno debe vivir para sí mismo, lo mejor posible, mientras esté aquí; es una estupidez molestarse y sacrificar el reposo y el bienestar a causa del prójimo, es decir, a causa de seres que a su vez serán aniquilados y a los que nadie volverá a ver; no vale la pena preocuparse por deberes sociales que no tienen fundamento, ya que el bien y el mal son meras convenciones; por último, el freno social se reduce a la fuerza material de la ley civil. Nota. Tal vez no será inútil recordar aquí, a nuestros lectores, algunos pasajes de un artículo que hemos publicado sobre el materialismo en la Revista Espírita de agosto de 1868. “Exhibiéndose como no lo había hecho en ninguna otra época, y presentándose como el supremo regulador de los destinos de la humanidad, el materialismo ha tenido el efecto de atemorizar a las masas en virtud de las consecuencias inevitables de sus doctrinas sobre el orden social. Por eso mismo ha provocado, a favor de las ideas espiritualistas, una enérgica reacción que debe probarle que está lejos de captar las simpatías generales como supone, y que se engaña notablemente si espera imponer algún día sus leyes al mundo. ”Por cierto, las creencias espiritualistas del pasado no satisfacen a este siglo; no están en el nivel intelectual de nuestra generación; en muchos puntos se hallan en contradicción con los datos concretos de la ciencia; dejan en el espíritu ideas incompatibles con la necesidad de lo positivo que predomina en la sociedad moderna; por otra parte, incurren en el grave error de imponerse por la fe ciega y de proscribir el libre examen. No cabe duda de que a eso se debe el desarrollo de la incredulidad en el mayor número. Es muy evidente que si los hombres fuesen alimentados, desde la infancia, solamente con ideas que pudieran ser confirmadas con posterioridad por la razón, no habría incrédulos. ¡Cuántas personas, que han sido encaminadas de nuevo a la creencia por medio del espiritismo, nos han dicho: ‘Si siempre nos hubiesen presentado a Dios, al alma y a la vida futura de un modo racional, jamás habríamos dudado!’. ”Por el hecho de que un principio reciba una aplicación mala o falsa, ¿se concluye de ahí que deba ser rechazado? Eso sucede con las cosas espirituales al igual que con la legislación de todas las instituciones sociales: es necesario adaptarlas a los tiempos, so pena de que sucumban. Sin embargo, en vez de presentar algo mejor que el viejo espiritualismo, el materialismo ha preferido suprimir todo. Eso lo dispensaba de investigar y resultaba más cómodo para aquellos a quienes incomoda la idea de Dios y del porvenir. ¿Qué pensaríamos de un médico que al descubrir que el régimen de un convaleciente no es lo bastante sustancioso para su temperamento, le prescribe que no coma absolutamente nada? ”Lo que más nos sorprende, al ver a la mayoría de los materialistas de la escuela moderna, es el espíritu de intolerancia llevado hasta sus últimos límites, ¡precisamente en ellos, que reivindican sin cesar el derecho a la libertad de conciencia!...
”En este momento, de parte de cierto partido, hay una oposición furiosa contra las ideas espiritualistas en general, entre las cuales se halla naturalmente incluido el espiritismo. Lo que ese partido pretende no es un Dios mejor y más justo, sino el Dios materia, menos molesto, porque no hay que rendirle cuentas. Nadie niega a ese partido el derecho de tener su opinión y de discutir las opiniones contrarias, pero lo que no se le debería conceder es la pretensión -al menos singular en hombres que se erigen en apóstoles de la libertad- de impedir que los otros crean a su manera y discutan las doctrinas que no comparten. Intolerancia por intolerancia, no vale más la una que la otra...”

II. Doctrina panteísta
El principio inteligente o alma, independiente de la materia, es extraído del todo universal en el nacimiento; se individualiza en cada ser durante la vida, y cuando sobreviene la muerte vuelve a la masa común, como las gotas de lluvia vuelven al océano. Consecuencias. Sin individualidad y sin conciencia de sí mismo, es como si el ser no existiera. Las consecuencias morales de esta doctrina son exactamente las mismas que las de la doctrina materialista. Nota. Cierto número de panteístas admite que el alma, extraída del todo universal en el nacimiento, conserva su individualidad durante un tiempo indefinido, y solamente vuelve a la masa después de que ha llegado a los últimos escalones de la perfección. Las consecuencias de esta variedad de creencia son absolutamente las mismas que las de la doctrina panteísta propiamente dicha, ya que es por completo inútil que alguien se entregue al trabajo de adquirir algunos conocimientos cuya conciencia habrá de perder al aniquilarse después de un tiempo relativamente corto. Si el alma, en general, se resiste a admitir semejante concepción, ¿cuánto más penosamente afectada habrá de sentirse al saber que el momento en que llegue al conocimiento y a la perfección supremos, será también el momento en que quedará condenada a perder el fruto de todos sus esfuerzos, pues perderá su individualidad?

III. Doctrina deísta
E1 deísmo comprende dos categorías muy distintas de creyentes: los deístas independientes y los deístas providenciales. Los primeros creen en Dios; admiten todos sus atributos como creador. Dios -dicen ellos- ha establecido las leyes generales que rigen el universo; no obstante, una vez creadas, esas leyes funcionan por sí solas, y aquel que las promulgó no se ocupa de nada más. Las criaturas hacen lo que quieren o lo que pueden, sin que Él se inquiete. No hay providencia. Visto que Dios no se ocupa de nosotros, no hay que agradecerle ni pedirle nada. Los que niegan la intervención de la providencia en la vida del hombre son como niños que se consideran suficientemente juiciosos para liberarse de la tutela, de los consejos y de la protección de sus padres, o que piensan que estos no deberían ocuparse de ellos a partir del momento en que los ponen en el mundo. Con el pretexto de glorificar a Dios, demasiado grande -alegan- para rebajarse hasta sus criaturas, hacen de Él un gran egoísta y lo rebajan al nivel de los animales que abandonan a sus crías a las fuerzas naturales. Esa creencia es resultado del orgullo; siempre la idea de que estamos sometidos a un poder superior hiere el amor propio, y entonces procuran liberarse de él. Mientras algunos niegan por completo ese poder, otros consienten en reconocer su existencia, pero lo condenan a la nulidad. Existe una diferencia esencial entre el deísta independiente, del cual acabamos de hablar, y el deísta providencial. En efecto, este último cree no sólo en la existencia y en el poder creador de Dios desde el origen de las cosas, sino que también confía en su intervención permanente en la Creación, de modo que dirige a Él sus plegarias, a pesar de que no admite el culto exterior ni el dogmatismo actual.

IV. Doctrina dogmática
El alma, independiente de la materia, es creada en ocasión del nacimiento de cada ser; sobrevive y conserva su individualidad después de la muerte, momento a partir del cual su suerte queda determinada en forma irreversible; sus progresos ulteriores son nulos y, por consiguiente, tanto en lo intelectual como en lo moral será por toda la eternidad lo que era durante la vida. Dado que los malos son condenados a castigos perpetuos e irremisibles en el Infierno, el arrepentimiento se torna completamente inútil para ellos; pareciera así que Dios se niega a concederles la posibilidad de que reparen el mal que han hecho. Los buenos son recompensados con la visión de Dios y la contemplación perpetua en el Cielo. Los casos que puedan merecer el Cielo o el Infierno por toda la eternidad quedan sometidos a la decisión y al juicio de hombres falibles, a los cuales les es dado absolver o condenar. (Nota. Si en contra de esta última proposición se alegara que Dios juzga en última instancia, podríamos preguntar qué valor tiene la decisión enunciada por los hombres, ya que puede ser revocada.) Separación definitiva y absoluta de los condenados y de los elegidos. Inutilidad de los socorros morales y del consuelo para los condenados. Creación de ángeles o almas privilegiadas, exentos de todo trabajo para llegar a la perfección, etc., etc. Consecuencias. Esta doctrina deja sin solución los graves problemas siguientes:
1. º ¿De dónde provienen las disposiciones innatas, intelectuales y morales, que hacen que los hombres nazcan buenos o malos, inteligentes o idiotas?
2. º ¿Cuál es la suerte de los niños que mueren a temprana edad? ¿Por qué van ellos hacia la vida bienaventurada sin el trabajo al que los otros quedan sometidos durante largos años? ¿Por qué son recompensados sin que hayan podido hacer el bien, o son privados de una felicidad perfecta sin que hayan hecho el mal?
3. º ¿Cuál es la suerte de los cretinos y los idiotas que no tienen conciencia de sus actos? 4.º ¿Dónde está la justicia de las miserias y las enfermedades de nacimiento, dado que no son el resultado de ningún acto de la vida presente?
5. º ¿Cuál es la suerte de los salvajes y de todos los que mueren forzosamente en el estado de inferioridad moral en que han sido colocados por la naturaleza misma, si no les es dado que progresen con posterioridad?
6. º ¿Por qué razón Dios crearía unas almas más favorecidas que otras?
7. º ¿Por qué llama Él prematuramente hacia sí a los que habrían podido mejorarse si hubieran vivido más tiempo, visto que no les está permitido progresar después de la muerte?
8. ° ¿Por qué Dios ha creado ángeles que llegaron a la perfección sin trabajo, mientras que otras criaturas son sometidas a las más duras pruebas, en las que tienen mayores probabilidades de sucumbir que de salir victoriosas? etc., etc.

V. Doctrina espírita
E1principio inteligente es independiente de la materia. El alma individual preexiste y sobrevive al cuerpo. El punto de partida es el mismo para todas las almas, sin excepción: todas son creadas simples e ignorantes y sujetas al progreso indefinido. No hay criaturas privilegiadas y más favorecidas que otras; los ángeles son seres que llegaron a la perfección después de haber pasado, como las demás criaturas, por todos los grados de inferioridad. Las almas o Espíritus progresan más o menos rápidamente, en virtud de su libre albedrío, mediante el trabajo y la buena voluntad.
La vida espiritual es la vida normal; la vida corporal es una fase temporaria de la vida del Espíritu, durante la cual este se reviste momentáneamente de una envoltura material, de la que se despoja en ocasión de la muerte. El Espíritu progresa en el estado corporal y en el estado espiritual. El primero es necesario para el Espíritu hasta que haya alcanzado cierto grado de perfección. En ese estado se desarrolla mediante el trabajo al que lo someten sus propias necesidades, y adquiere conocimientos prácticos especiales. Dado que una sola existencia corporal es insuficiente para que adquiera todas las perfecciones, el Espíritu vuelve a tomar un cuerpo tantas veces como le sean necesarias, y cada vez que lo hace lleva consigo el progreso que ha realizado en sus existencias anteriores y en la vida espiritual. Cuando alcanzó en un mundo todo lo que ahí podía obtener, lo deja para ir a otros mundos más adelantados intelectual y moralmente, cada vez menos materiales, y así sucesivamente hasta la perfección de que es susceptible la criatura. El estado feliz o desdichado de los Espíritus es inherente a su grado de adelanto moral; el castigo que sufren es consecuencia de su obstinación en el mal, de modo que al perseverar en el mal se castigan a sí mismos. Con todo, la puerta del arrepentimiento nunca se les cierra, y siempre que lo quieran pueden volver al camino del bien y realizar, con el paso del tiempo, todos los progresos. Los niños que mueren en edad temprana pueden ser Espíritus más o menos adelantados, pues ya han vivido en existencias anteriores, en las que practicaron el bien o cometieron malas acciones. La muerte no los libra de las pruebas que deben sufrir y, en el momento oportuno, vuelven a comenzar una nueva existencia en la Tierra o en mundos superiores, de conformidad con el grado de elevación que hayan alcanzado. El alma de los cretinos y de los idiotas es de la misma naturaleza que la de cualquier otro encarnado; su inteligencia suele ser superior, y sufren por la deficiencia de los medios de que disponen para relacionarse con sus compañeros de existencia, así como los mudos sufren porque no pueden hablar. Eso se debe a que han abusado de su inteligencia en vidas anteriores, y han aceptado voluntariamente la situación de impotencia en que se encuentran, para expiar el mal que han practicado, etc., etc.


Obras Póstumas - Allan Kardec

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